Rojo



************dice:
rojo xq?


Juanqui dice:
porque me he dado cuenta que el capitalismo es el peor mal de la humanidad y teniendo conciencia de la injusticia, desigualdad, explotación y opresión tanto interna como externa no puedo quedarme encerrado en mi burbuja con mi compu y mis libritos de bryce.

El escritor

Renato caminaba dando pasos cortos y lentos como quien no quiere llegar a ningún lado, las manos en los bolsillos, la cabeza gacha mirando al suelo. La casa de Gabriela iba quedando atrás, se hacía más pequeña conforme Renato avanzaba y, de rato en rato éste volteaba esperando que aparezca ella a decirle que ya lo pensó mejor y sí, sí quiero estar contigo. Mas nunca apareció.
Se le veía triste, cabizbajo, y así lo notaban aquellos que pasaban por su lado en esa vereda angosta y fantasmagórica, sin embargo, más que triste estaba decepcionado y un tanto furioso. No puedo creer que me haya dicho que no, que es muy pronto y hay que conocernos un poco más. Es que acaso no tiene algo más estúpido que decir. Nunca las entenderé.

No era la primera vez que le decían eso, en realidad este año le dijeron dos veces lo mismo, primero fue Carla y ahora Gabriela, es muy pronto, Renato. Seamos amigos y más adelante quizás pase algo.
Hace no muchos meses Claudia le dijo como respuesta a su declaración que estaba enamorada de otro y que ella no manda en su corazón, qué estupidez poética le dijo esa vez. Sin embargo quien más daño le hizo a Renato fue Maria Alejandra, que respondió tajantemente que no y ante la insistencia de él le aclaró que nunca estaría con un perdedor, no te pases pues, Renatito.
Caminó varias cuadras sin rumbo, la noche caía sobre las calles discretas y sin gente, el viento soplaba suavemente como con vergüenza. No quería tomar una combi y encontrar una pareja besándose junto a él, o tomar un taxi donde quizás un hombre obeso e imprudente, le pregunte que por qué tan triste joven, ¿quién se nos ha muerto?
Entró a su casa sin decir nada, subió las escaleras rápidamente y cerró la puerta de su cuarto pensando que lloraría un poco.
Con los ojos rojos, algo llorosos, corrió al espejo decidido a descubrir el porqué de su rechazo, ¿por qué siempre me tiene que pasar esto?
Comenzó a llorar frente al espejo y se vio a sí mismo derrotado, un perdedor como le dijo la pendeja de Maria Alejandra, quizás dentro de treinta años esté solo, pelado, panzón y jodido. ¿Hasta cuándo estaré solo? Se sintió miserable, imaginó a todas aquellas chicas que le dijeron que no y que no eran pocas, reunidas como en una especie de aquelarre burlándose de él.
Pensó que era el fin, hubiese querido desaparecer, morir en ese instante y ya no sufrir más. Sentía que morir era la única solución, quizás se arrepientan de haberme cagado tanto y sufran, o quizás a nadie le importe.
Era el peor momento de su vida y sin duda lo recordaría un buen tiempo, el día en que por primera vez quiso morirse. En esas tribulaciones estaba Renato cuando una pequeña sonrisa apareció en su rostro lloroso. Sus labios se despegaron un poco, sus ojos se achinaron y con ello dejaron de salir las lágrimas, los músculos de su cara se fueron contrayendo y se formaron dos pequeños hoyos en sus mejillas. Ahora sin darse cuenta se estaba riendo a carcajadas.
Recordó esa tarde en la casa de Gabriela, mientras sentado en la sala esperaba a que ella saliese; cuando de pronto el sonido de un pedorreo atroz salía del baño y se instalaba en toda la casa. No pudo contener la risa, más aún cuando la mamá de Gabriela entró a la sala y le preguntó casi a gritos que cómo estaban sus padres y que no me dé cuenta de los pedos. No pudieron distraerme, aun así escuché todo tu concierto, pedorra, mi linda pedorra, tus pedos se escuchaban en toda la cuadra.
Renato seguía riéndose mientras sentado en el sillón de su escritorio corregía los escritos de la noche anterior.
Ya me falta poco, pensó. Ya viene el concurso de literatura y este año lo gano de todas.
Escribió un par de horas más, imprimió unas hojas y las juntó con otras en un fólder. Se puso de pie y con el fólder en las manos gritó: Ya está, terminé.
Su mamá le tocó la puerta suavemente y le dijo que debía bajar a cenar. Renato dejó el fólder sobre el escritorio y mientras bajaba las gradas se sentía orgulloso de sí mismo.
Ya soy todo un escritor, no soy un perdedor como dicen todas ustedes, pedorras.

Giovanni B.