El atípico caso del Gordito Suárez


El Gordito Suárez era un buen tipo. Apestaba al final del día y al hablar te bañaba en saliva, pero era un buen tipo. No era tímido con las chicas, es más tenía una labia que daba miedo, nadie le ganaba en lo que a piropos y a frases perfectas en el momento preciso se refiere. Lo malo del gordito, era que de vez en cuando se metía una de esas bombas que te quitan la dignidad humana y te animalizan tanto que hasta arrastrarse por las calles y vomitar en cada esquina no paras.
Era viernes, y esta borrachera sería una de las más memorables para el pobre Gordito Suárez. Estábamos todos los de la clase celebrando el cumpleaños de el moqueguano Salinas y sin dejar de aprovechar la situación el gordo ya estaba un poco más que picado cuando una rubia de esas que te hacen vender el alma al diablo cayo como del cielo al lado de nuestra mesa, al lado de Suárez, quién aunque ebrio pero jamás huevón la ayudó a levantarse, arreglarse y hasta le sacó la entreputa al hijo de su madre ese que la empujó para terminar como Dios manda una relación.
Luego de saldado el asunto y salvado el honor de la ilustrísima dama, el gordo se apresuró a tratarla como una princesa, conocerse hasta el tuétano, y quizás lo más importante: pedirle el número de su celular.
Al día siguiente, ya con menos copas encima, pero con la misma sinceridad de dos ebrios que se están enamorando, se encontraron en una discoteca del centro de la ciudad, donde el gordo le demostró que además de elocuente era una máquina del baile: desde salsa hasta reggaetón y arriesgándose también con una romántica. Nadie paraba al gordo y esa fue su noche. Ebrios como se debe, el gordo conoció su casa y ahí, algo más de ella.
Se amaron tanto, pero tanto en las siguientes semanas que el gordo ya ni se juntaba con nosotros, de hecho nos evitaba. En una ocasión lo vi de la mano con su nueva chica y al tratar de saludarlos se cambiaron de vereda. Qué se cree ese gordo, decía siempre Carloncho, que ya ni quiere vernos, ya ni chupa con nosotros, apenas lo vea ya va a ver. Pero nada, el gordo no se aparecía, dejó de ir a la universidad, aunque pensándolo bien nunca iba, mejor sería decir que dejo de dar lo exámenes y presentar los trabajos. Al parecer le robaron el celular porque ya nunca lo encontramos prendido y jamás estaba en su casa porque su empleada siempre nos mandaba a volar cuando lo íbamos a buscar o lo llamábamos por teléfono.
El flaco Gutiérrez, su enemigo acérrimo, se acercó un día para preguntarnos por él:
–Claro, ahora sí lo extrañas, luego de que no había fin de semana que no se rompieran el alma a patadas.
–Uno no aprecia lo que tiene hasta que lo pierde.
No supimos del Gordito Suárez hasta tres meses después, cuando el moqueguano Salinas lo vio por el parque del avión tratándose de trepar en este. Según nos contó, Salinas se acercó para preguntarle que era de su vida y porque diablos se trataba de subir allí.
–Señores pasajeros el vuelo con destino a la ciudad de Santa María de Nieva está por partir, ajústense sus cinturones y apaguen sus celulares.
Fui yo el segundo en verlo, él último sábado de noviembre en la plaza san Francisco a eso de las tres de la mañana, recitando totalmente alcoholizado unas poesías de Rubén Darío y pidiéndole limosnas al pobre de san Francisco que no tenía vela en ese entierro. Y realmente fue un entierro lo del Gordito Suárez, al no ir a la universidad se dedicó al trago, a las drogas, se volvió homosexual, luego travesti y al final puta. Enloqueció y ahora se le puede ver por las calles del centro vendiendo frunas imaginarias, recitando poetas modernistas y contando la triste historia de su desamor y el comienzo de su perdición: El atípico caso del Gordito Suárez.



Juanqui

1 comentarios:

Unknown dijo...

jajajajajajajaja, bien pendejo tu cuento sobre el gordo Suárez. Tienes tan metido a los jesuitas que hasta Santa María de Nieva aparece...Y eso de que al final se vuelve homosexual, no sé, le quitó lo gracioso al asunto, xq como que es un "huevo en ceviche", osea me hiciste kgar de risa y luego lo transformaste al pobre gordo. Revisa el final y podría salir mejor. ¿Y este piuranito? AHORA SE cree crítico literario...jaja