La triste historia del pobre Pepito




Resulta que un miércoles por la tarde, a mediados de enero, Pepito, el chico que le cayó a Gloria en su fiesta de cumpleaños, al chico que le pegaron los de la Salle por hacerse el machito para impresionar a Anita, sí, ese Pepito; decidió romper su rutina diaria, dejar de ver el chavo del ocho, para ir a la tienda de la esquina y comprar cigarros. Talvez así uno de los populares del cole o alguna chica del sofiano lo veía y se enteraba que ya sabía fumar, ojo, sin atorarse con el humo.

Estaba feliz y contento caminando hacia la tienda mientras imaginaba que fumando un Hamilton, sin atorarse con el humo, se encontraba con Carmen, la chica de las espectaculares piernas y el bronceado perfecto. Ella se admiraba, él fingía no darse por aludido, ella le pedía que la acompañara a su casa, él decía oh por supuesto y no va a ser. Y en el camino hacia gala de la espectacular manera de hablar que no tenía. Ya en su casa, ella le señalaba que sus padres no estaban y que pasara a la sala, donde mientras le decía que le excitaban los hombres que fuman se desnudaba, luego se le abalanzaba, lo besaba, él sentía esos dulces labios y saboreaba esa exquisita lengua, caía en un sillón, ella encima quintándole la ropa mientras él veía esas seguramente sublimes tetas y le acariciaba las perfectamente bronceadas piernas. Ella cabalgaba locamente y él con la maestría en el sexo que no tenía la hacía gemir como en las películas porno que veía todas las noches en The Film Zone. Le tocaba los senos, uy si, sigue, decía ella, vamos si, si…

Dejó de alucinar, y se dio cuenta de que ya había pasado la tienda de la esquina hace muchas esquinas. Miró a su alrededor. Chesu, ahora dónde estoy; pensó el pobre Pepito, cuando se dio cuenta que sin querer queriendo y por las casualidades del destino había entrado a una zona peligrosa de su distrito.

Las casas dejaban ver el estucado y los fierros que hubieran sido un segundo o tercer piso si hubiera alcanzado la plata. Habían también pintas de la U y del Alianza: TrifUlca, ALqaeda, etc. Pasaban hombres tatuados y tasajeados. En fin, estaba cagado el pobre Pepito.

Dio media vuelta, y echó a correr como alma que lleva el diablo para salir lo más pronto posible de ese infierno; pero ya era muy tarde, ya le habían echado el ojo. No duró ni un minuto. Dos negrazos, grandazos, cortadazos y ladronzazos se le cuadraron, él empezó a temblar y no atinó a decir nada, se quedó calladito el pobre, solo respiraba rapidísimo, sudaba como en educación física y su corazón latía más rápido y más fuerte que un taladro. Lo escrutaron todito y le quitaron toditito lo que tenía encima, que por cierto no era mucho para suerte suya, aunque ni tanto, porque los negros asados por que el chibolo de mierda este que no tiene casi nada, ni celular y con lo blanconsito y pituco que parecía, le dieron tal paliza que ni les cuento, porque la verdad que no fue la gran cosa, apenas un puñete o dos.

Pobre Pepito, se levantó nomás, qué iba a hacer pues, con el ojo cerrado y morado para buen rato pero con nada más excepto EL susto de su vida; aunque el creía tener todas las fracturas del mundo, tanto así que empezó a gemir de dolor y a pensar en su mamita, qué le diría, qué haría, a ver si los denunciaba y encontraba a los dos negrazos para que sus primos les sacaran la mierda y después meterlos a la cárcel a esos desgraciados, ayayay, su mamita. Bueno, se levantó, se recupero un poquito del susto y regresó enardecido a su casa. Mientras regresaba y se tranquilizaba un poco empezó a alucinar esta vez que en vez de que lo hubieran asaltado, él les había dado tal tunda a los negrazos cuando se le cuadraron que estos salieron gritando despavoridos. Y que todo esto lo había visto Alejandrita, la chica de la carita de ángel y del traserito de diabla, quien asustada se acercaba y le preguntaba si estaba bien, él le respondía que por supuesto y que si quería iban a su casa y le enseñaba el gimnasio en el que ejercitaba esos poderosos brazos que no tenía y con los que golpeó a los ladronzuelos esos, que ni cosquillas le hicieron. Ya en su casa él no sólo le mostraba los brazos; la desnudaba de un tirón, le besaba la carita de ángel y el traserito de diabla, empezaba a darle de tal manera que el mismo se impresionaba por imaginar esas cosas. Si Pepe, si...

Dejó de alucinar, y se dio cuenta de que ya había pasado su casa hace muchas casas. Miró a su alrededor. Chesu…




Chernobyl

0 comentarios: