En la orilla del río Dnieper

El río Dnieper era en ese entonces y seguramente sigue siendo una masa grisácea de agua que atraviesa todo este país tan ajeno a mi, dicen que en su trayecto medio el agua se torna cristalina y diferentes peces viven en armonía pero ahora lo que veo son islotes de botellas de cerveza y miles de colillas de cigarros que la suave brisa lleva una y otra vez hacia la orilla donde estoy yo.
Era un día normal, en el cielo aún se podían ver las nubes y el sol alumbraba despacio en medio del viento que corría a grandes velocidades levantando las faldas de chicas imprudentes en las calles atiborradas de gente que va a estudiar o a trabajar, yo prefiero estar aquí, en la otra orilla puedo ver a los primeros bañistas del verano que chapotean en el agua, algunos pescadores con diferentes utensilios y cervezas se divierten. Los veo por momentos y me siento parte de ellos pero no es así, yo soy un alma solitaria pues a pasado cuánto tiempo ya, y sigo estando solo, el recuerdo de la niña mala es un tanto ilegible desde aquella vez que bailamos en el Caribean sin importar la hora ni el grado de embriaguez, mientras nos debatíamos con las luces que me mareaban y aquel humo espeso que me producía tos, nunca le pregunte su nombre y ahora me arrepiento, sólo recuerdo su mirada azul plagada de picardía y sus manos frías sobre mi cara adormecida.

La vi un par de veces más, si mal no recuerdo un día saliendo de la Universidad de Lingüística, estabamos en pleno invierno y yo tenía tanta ropa que se me hacía difícil moverme, la vi caminando con un grupo de amigas cerca de la plaza Lva Tolstova, dude primero en acercarme, cuando ella me vio y se aproximó hacia mi.
-¿Es qué acaso ya no saludas?
Comenzó a nevar, los copos de nieve caían de costado, la gente comenzaba a abrir sus paraguas, la cogí del brazo y la llevé hacía la entrada del metro para hablar mejor y le explique en el mejor ruso que pude que nunca la olvidaría.

Fuimos hasta la estación principal del metro, una vez en Kreschatik nos tomamos unas fotografías en la plaza de la independencia cerca a una estatua de un hombre a caballo.
-Debe ser Don Juan le dije.
-No, es Bogdan Jmelnetsky, preferí no indagar e hice mi mejor sonrisa para la foto, el fotógrafo era un poco calvo para su corta edad y tenía un aliento fuerte a licor.
-Seguramente es por el frío le dije, pues todos estaban igual de ebrios, entonces nos tomamos una foto besándonos para comprobar si el siguiente fotógrafo también estaba picado, y una más al borde de una pileta con forma de puercoespín que emanaba agua por todas las puntas, y una más con los fundadores de la ciudad y una con un shrek medio despintado lo cual nos dio risa, terminamos agarrados de la mano y bebiendo café en una pequeña terraza hasta que aparecieron sus amigas.
Las acompañe unas cuadras cuando comprendí que estaba sobrando en ese grupo debido a las indirectas que me hacían, quizás se encontrarían con un algunos amigos, que tonto fui al pensar que no tenía enamorado o algo parecido, inventé una excusa poco creíble y entré a la primera estación del metro que pude.

La siguiente vez que la vi fue aún más fugaz, llevaba días sin salir del pequeño departamento en que vivía, leyendo bastante y comiendo poco, llego en ese momento Jesús un buen amigo limeño dispuesto a salvarme de la lobotomía que me esperaba si seguía así, fuimos a una discoteca latina en un callejón de casas pequeñas y al fondo se sentía la música a todo volumen, traté de animarme un poco y prendí unos cigarrillos, Jesús bailaba con gracia y me iba haciendo toda clase de señas para que baile con una chica de cabellos rizados y mirada triste que yacía en la barra mirando a sus amigas en la pista de baile.
-Seguro hacemos buena pareja le dije.
-No se bailar bien me respondió aún tímida a lo que replique que yo tampoco.

Mientras bailábamos vi a la niña mala unos pasos más allá, seguí bailando sin perderla de vista, bailaba con un tipo alto y bastante atlético, logré posicionarme a su lado entre empujones de bailarines vigorosos, al verme me guiñó un ojo, luego dejo de bailar y caminó hacia la puerta del baño.
La seguí luego de disculparme con mi pareja que ya comenzaba a agarrar el ritmo.
-¿Veo que el destino nos junta una y otra vez por qué será ah?
Al decirme esto la sentí un tanto irónica, creí que estaba mareada, estaba bella como siempre y pude sentir sus labios calidos al momento de saludarla.
Sacó un cigarro de su bolso el cual encendí con bastante galantería, luego aguantando el humo me preguntó por mi pareja de baile.
-No habría de importarte, yo también te vi acompañada le dije mientras buscaba las palabras en mi mente como si fuera un diccionario y hasta sentía que iban pasando las páginas, estaba empecinado en no dejarme llevar por ella y ser yo quien se impusiera esta noche.
-Veo que estás cambiando, será aquella chica la que te hace cambiar, y rió un poco, se burlaba de ella.
Luego se acercó lentamente como para darme un beso, quise rechazarla pero sentí su aliento que últimamente se me hacía tan familiar y había soñado tanto con esto que cedí mientras la música se iba apagando allá afuera.
-Te quiero, hace tiempo pienso en ti como un loco sin siquiera saber tu teléfono, ni tu dirección, quiero saber más de ti, pero sólo te puedo ver por los artilugios del destino.
-No soy para ti, nunca lo seré, me dijo con voz entrecortada, por un momento me sentí orgulloso de mi nivel de ruso, luego me acerqué para besarla, en un momento ella me empujó y me propinó una cachetada, seguido sentí que me jalaban de un brazo y pude ver al tipo alto y bastante atlético demasiado enfurecido y me propinó varios golpes que pudieron degenerar en una paliza si es que no aparecía Jesús con unos amigos cubanos, fue cuando se armó de verdad, los golpes iban y venían, empecé a mover los brazos con fuerza sin saber a quién golpeaba, terminamos fuera de la discoteca con los grandulones de seguridad, tenía un ojo casi cerrado pero pude ver a la niña mala subiendo a un auto negro y volteó para despedirse con un risa burlona.

Desde entonces estuve con varias chicas, pero sólo tuve problemas y rompimientos, pues no eran como ella, por eso ahora comprendí que los chicos buenos nunca ganan y estoy en esta orilla ya sin cigarros, preguntándome si ella no estará en ese barco que pasa plagado de turistas sonrientes, o en aquella playa chapoteando en el agua, por momentos me pregunto si no saldrá convertida en sirena atraída por los anzuelos de estos hábiles y ebrios pescadores, no lo se pero deambulo por las desiertas calles mirando si es que no aparece en la siguiente esquina y sin entender por qué no puedo ser para ella.

José María

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