Cosa de locos

Carlitos Romaña pasó de ser cachimbo a pelado permanente, le cortaron tantas veces el pelo por su ingreso (sus padres, sus amigos y un día antes por si acaso) que se acostumbró a la comodidad del cabello corto y aunque no lo dice, cree que ya no le crecerá nunca.
Carlitos pensaba todo lo que tenía que hacer mientras entraba presuroso a la universidad. Era el primer día de clases, sí, su primer día de clases en la universidad. Su mamá lo despertó orgullosa y todos lo saludaron efusivamente antes de irse, hacía tiempo que ni le hablaban, pero como era costumbre ya en él, o maldición quizás, cada vez que Carlitos tiene que ir a un lugar por primera vez, llega siempre tarde. Hoy no fue la excepción.
El profesor aún no había llegado, abrió la puerta imprudentemente y encontró un bullicio total. Todas las caras eran desconocidas, lo miraron por un instante y luego siguieron conversando. No cumplió nada de lo que le dijeron en el umbral de la puerta de su casa, hijito, no llegues tarde para que no te tengas que sentar atrás, que allí se van los maleados, no converses en clase, y eso sí, atiende todo lo que te digan tus profesores.
Se sentó en el primer sitio que encontró, casi en las últimas filas, a su lado estaba una chica muy linda. No le dijo nada, más bien miraba al frente como haciéndose el loco.
Pasaron uno, dos o quizás más minutos, qué bonita es, ¿qué le digo?, tengo que decirle algo, si no pensará que soy un looser, no hallaba qué hacer cuando ella le habló por fin. Se llamaba Gabriela, venía de un colegio de mujeres y además de ser muy bonita, olía bastante bien.
No conocía a nadie pero Gabriela le presento bastante gente, y quizás tuvo suerte o les cayó bien, pues ya estaba invitado a tomar unas chelas a la salida, para romper el hielo nomás, primo, además la primera semana nadie hace nada.
Carlitos pasó las primeras semanas sentado al fondo con sus nuevos amigos. Llegaba tarde y utilizaba toda su capacidad para hacer las tareas en el último minuto. Se dejó influenciar rápidamente por el facilismo que envuelve todas las universidades de este país.
Pronto se fue llenando de libros, libros que algunos profesores sátrapas conminaban a comprar a cambio de puntos, estando sobreentendido qué pasaba si no se adquirían los libros en el mejor de los casos, a veces sólo llegaban a panfletos.
Comprendió que aunque no era vital, era importante el grupo al cual pertenecías y quizás su mamá tenía razón. Así como existían los “maleados” del fondo, que por cierto se les podía encontrar en todas las clases y hasta eran parecidos, se puede encontrar también a unos cuantos estudiosos, y a los pseudoestudiosos que pierden su dignidad por un puñado de puntos y se les conoce popularmente como los sobones, también estaban los peloteros que cada viernes llegaban con ropa deportiva en busca de algún lugar para demostrar sus dotes futbolísticas. No dejemos de lado a los emos, ni a los antisociales en el recuento, que se sientan en un extremo y no te hablan sino hasta la fiesta de graduación cuando están ya ebrios. Por último aquellos que no se adaptan a ningún grupo, forman su propio grupo que son los escépticos, todos aquellos que dejaron de creer en la educación y se dedican a otras cosas como la literatura o perseguir chicas bonitas, que eso sí, hay bastantes.

Giovanni B.

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