La venganza


Adrián explota, sus padres no le pueden hacer esto, es una actitud demasiado pueril para unos viejotes de cuarenta años. Entonces piensa en vengarse, sí, vengarse.
Podría gritarles todo lo que pensaba de ellos, que eran unos idiotas, que eran uno malos padres, que eran unos fracasados, que odiaría ser como ellos de grande, que eran unos inmaduros, que… tenía tantas cosas que podría gritarles para después tomar una mochila con su biblia y su cuaderno de dibujos e irse a la casa de José Antonio y vivir de la caridad de la tía Gloria, pero sin que se dé cuenta el tío Rómulo, eso sí.
O talvez podría tomar valor, correr a su habitación y lanzarse por la ventana, se quebraría un par de huesos y sus padres se darían cuenta de lo malos que son. No, mejor si se muriese en la caída, así el sentimiento de culpa de sus padres sería insoportable y talvez ellos también terminarían sus vidas desde el segundo piso.
O mejor sería tomarse una decena de esas pastillas para tranquilizar a los epilépticos, algo fácil de encontrar, cosa que se quedaría dormido por bastante tiempo y les causaría un gran shock a sus padres, quienes al verlo en ese estado catatónico llorarían y se darían cuenta que no cumplen bien con su tarea, que tienen que cambiar, y que él es un mártir entre los hijos buenos.
O quizás coger de noche la pistola de su padre, escribir la carta más emotiva del mundo sin olvidar colocar en el final “los quiero, disculpen”, algo que les dolería mucho, luego dibujar el caos de su mente causado por los constantes maltratos psicológico a los que es sometido por ellos, y por fin meterse un balazo, asegurándose primero que salga mucha sangre y que manche mucho la blancura de la pared y la cama de sus padres que duermen.
O, o, o nada. Él sabe que no hará nada, es demasiado buenito como para hacerlo y su religión no se lo permite.



Juanqui

1 comentarios:

L e p i z dijo...

lo sabia lo sabia!!!!!!!!!!!! lo sabia !!!!!!!!Te dije que sabia q estabas triste.... pero evita la tentasion pues nene!